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¿Honduras, un Estado incipiente o Estado fallido? A propósito de la institución del “control social”

03 Junio 2017

 

Por: Yesenia Martínez (historiadora)

¿Incipiente de qué? De cuerpo de nación, de instituciones del Estado, de lograr la cohesión social y más aún de responder como un Estado no solo nacional sino de bienestar. Pareciera que la reinserción de los reclusos o privados de libertad no solo fue un problema que atendió, pero no resolvió Marco Aurelio Soto (1876-1884) al crear la “institución disciplinaria”, la del “Control Social”, la Penitenciaría Central de Tegucigalpa que funcionó dese 1886 hasta 1998 (Sierra, inédito 2017). Tampoco se logró, ni se ha logrado lo que planteó Michel Foucault, disciplinar, corregir y transformar al enemigo del cuerpo social, si ha pasado de la imaginación a la construcción de la “ciudad punitiva”, no a fabricar los hombres y mujeres que contribuyan a producir, o a formar el cuerpo de la nación y el Estado moderno. Lo que se ha logrado es construir espacios o “El Teatro del Castigo”. (Foucault, 2007)

A este Estado de la Honduras del siglo XXI, lo único que le interesa es la reelección para continuar liderando problemas, no de involucrar las instituciones a resolver las cuestiones sociales: educación, salud y otros (Ozlack, 1997), ni mucho menos buscar la cohesión social y el bienestar de la colectividad. En parte somos culpables, nos comportamos no como ciudadanos contribuyentes y críticos, sino como espectadores y cómplices de la ridiculez, de aplaudir o criticar en silencio la manera de gobernar un Estado incipiente, que tampoco responde a un Estado neoliberal, el que supuestamente “desburocratiza” o “achica” su estructura, sino más bien a contribuir a la robustez del Estado de corrupción, de impunidad, de falta de derechos y de menos oportunidades.

En Honduras lo que existe es un Estado no común, sin concepto, sin dirección, quizá en construcción de un nuevo vocabulario político, que de seguir así, pronto lo insertan en el diccionario de las Teorías del Estado, no por un nuevo proyecto emergente, sino por la incapacidad de resolver los problemas sociales de la sociedad hondureña.

Para fines del siglo XIX, los gobiernos no solo buscaban moldear los cuerpos individuales para producir, sino también los necesitaban sanos y no enfermos, hombres y no mujeres inmorales, limpios no sucios, corregidos y no delincuentes, aptos no solo para producir, sino también para “votar”, ciudadanos de bien para un Estado y la nación moderna. Pareciera que las acciones encaminadas al construir la Penitenciaría Central no logró moldear el cuerpo social, ni a corta ni en larga duración; no solo se derrumbó su infraestructura ya en desgaste y agonía con el huracán Mitch en 1998, sino también se derrumbó una institución fallida, sin respuestas del Estado de contribuir a la reinserción social, un respuesta en espera, tal como se planteó desde hace ya cuarenta años, en la obra clásica Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión, de Foucault.

Tal parece, y parafraseando este autor, que el espacio de la disciplina, la de vigilar y castigar, no solo se le olvidó registrar los reclusos, sino también de asumir que los espacios de su arquitectura y la complicidad son los culpables, y juntos nos tiene en la incertidumbre de cuántos se escaparon del castigo, ante la ausencia de respuesta, a lo que aún se le puede llamar el espacio, el “teatro del castigo” no la institución del “control social”. No cabe duda, que ante el problema se busca subsanar, porque entorpece la moda visual de “la reelección”. Así, el rumbo del sistema político en Honduras, deseoso de contribuir a un Estado no solo incipiente de instituciones, como la Penitenciaría, el Seguro Social, la Salud, y otras, sino también a derrumbar un Estado en agonía.

Aún hay tiempo, de dejar ser espectadores y cómplices; asumamos lo expresado por Berta Cáceres, “despertemos humanidad, ya no hay tiempo”. Es momento de reflexionar, discernir y actuar, no permitamos la creación de más leyes e instituciones de control social, si no dejaron sobrevivir ni contribuyeron a las que creó el Estado nacional, mucho menos las del Estado de bienestar. Si es el de asumir con responsabilidad y no con embriaguez de poder, en donde todos: hombres, mujeres, jóvenes, intelectuales, los buenos políticos si aún quedan, que debemos contribuir y ayudar a recuperar el Estado en agonía; no debemos esperar, si ya somos parte del cuerpo social en construcción, de demostrarle al Estado y su gobierno que debe resolver no evadir. Que la moda no es “la reelección”, es la irresponsabilidad de dirigir el cuerpo del Estado que le asignaron liderar.

Santa Lucía, 16 de mayo del 2017

Fuente: latribuna.hn